“¿QUÉ ES LO QUE TENEMOS QUE APRENDER?”
Extracto de la conferencia dictada por la profesora Shuchitá el 28/05/03
Reflexiones sobre la inundación

Mi maestro y esposo, Shrí Pávana Yoguíraya (Mario Puertas) siempre nos decía: “hay dos formas de aprender, o por las palabras de los sabios o por los duros golpes que da la vida”. Esta vez, la vida golpeó con cruel dureza para dar una gran lección. Y ¿cuál es esa lección?, ¿qué es lo que teníamos que aprender que fue necesaria tan dolorosa experiencia? Es algo que muchos se están preguntando en este momento y algunos tratan de reflexionar sobre este punto.
Esa enseñanza, que es nueva para la mayoría, es muy antigua. Los sabios de antaño analizaron al hombre con todas sus bondades y debilidades, su relación con su entorno, con las cosas, con las personas y sus distintos estados de conciencia que se revelan a través de sus actos.
Es en ese conocimiento proveniente del Yoga que baso esta explicación.
Hay dos palabras que esclavizan - siendo ambas muy cortas - que son “yo” y “mío”. El “yo” hace que el hombre se sienta diferente del resto, basándose en todo lo secundario. Primero aparece el cuerpo, cuya piel hace las veces de reja para la cárcel del alma. “De la piel para adentro soy yo, fulanito de tal, con tal profesión, estudios cursados, posición social, etc”, “estas son mis cosas, esta es mi familia”. Y así se va encerrando en el pequeño entorno que considera suyo. Está ciego, no entiende nada ni quiere escuchar sobre las penurias de otros. En verdad, les digo, la pobreza, el hambre, el frío, la miseria... ya estaban instalados en la ciudad. Con esta tragedia se volvió un espectáculo cotidiano y muy cercano, y la televisión mostró cómo vive mucha gente que ya vivía mal antes, aunque esto acentuó su precaria situación. Sin embargo, hasta hace un mes muchos seguían indiferentes, total le pasaba a otro, “distinto de mí, de mi familia, de mis amigos...”
Fue entonces que Dios tomó la forma de río y vino a llevarse todo lo que consideraban “suyo”, arruinando todo e incluso a algunos les llevó a sus seres queridos.
Después de varios días de sol, volvió a llover en Santa Fe; una periodista preguntó a un hombre si esa lluvia lo preocupaba, si tenía miedo..., a lo que respondió: “la verdad, no tengo miedo a nada ni estoy preocupado por nada... total ya perdí todo”.
Mediante la experiencia, ese hombre se dio cuenta que el que nada tiene no tiene temor ni preocupación, está tranquilo. Eso fue descubierto por los indios hace mucho tiempo, si uno vive en forma austera, tiene menos preocupaciones y duerme más tranquilo. Mientras que Occidente cree que se es más feliz cuando más se tiene, en la India saben que no es así, porque la materia tiene el poder de atar... ¡y qué poder que hizo que muchos se resistieran a salir de sus casas aún con el agua al cuello!
¿Quiere decir que no debemos tener nada? No, el hombre necesita techo, abrigo y alimento para mantener su cuerpo. La cuestión es la actitud hacia todas esas cosas. En Yoga buscamos desarrollar VAIRAGYA, es decir “desapego”; puede tener cosas, pero no estar apegado a ellas, ni siquiera a las personas. Estar listo para perder todo en un abrir y cerrar de ojos. Mi esposo solía decir:
“Venimos sin nada y nos vamos sin nada”
“Solos venimos y solos nos vamos”
Las cosas son todas prestadas, las tenemos sólo por un tiempo, después hay que dejarlas, son demasiado pesadas para llevarlas con nosotros tras la muerte. A veces hay que tenerlas menos tiempo todavía, se la llevan los ladrones, el estado, los abogados, los parientes...., el río. Lo ideal es vivir en forma sencilla, ¡sin tantas cosas! Hoy muchos se dieron cuenta de que a pesar de haber regalado la mitad de lo que tenían en sus roperos para ayudar en esta emergencia, siguen viviendo y se sienten más aliviados.
“Aquello de lo que uno se desprende nunca puede causar problemas”, decía Swami Shivanandaji. Pero, en cambio, lo que uno adquiere sí, le va a llevar tiempo y energía, primero poder comprarlo y después cuidarlo. Por eso un gran poeta indio, el santo Kabir, dijo:
“Hombre rico ¿para qué construyes una casa tan grande si necesitas tres codos para vivir? Generas envidia en tus vecinos y ansiedad en los ladrones”.
“Yoga rompe los esquemas” solía decirnos Shrí Pávanaji. Uno debe estar listo para que todo pueda modificarse de un momento a otro, sin que esto lo perturbe. Hoy el río rompió con las estructuras mentales. Fue por eso que se los veía deambular desorientados. ¿Qué pasó? Lo que parecía una vida organizada de golpe se transformó en un caos. La característica de este mundo es el cambio, de allí que en Yoga enseñemos que uno debe apegarse a lo que no cambia, Dios.
Fue en ese momento de caos que apareció una cualidad sublime en el hombre, la de “DAR y AYUDAR”. Digo “sublime” porque es una cualidad del alma, la cualidad de compartir, de dar sus cosas, su dinero, sus manos, sus fuerzas, su tiempo, su amor.
¡Qué golpe tan grande fue necesario para que el alma rompiera las barreras del egoísmo e hiciera que ayudaran aún los conocidos como avaros y miserables! Y muchos descubrieron un potencial maravilloso que estaba dormido en su interior, especialmente los jóvenes, que en su mayoría no habían tenido oportunidad previa de manifestar su tan mentada en estos días solidaridad.
¿Por qué esa solidaridad no había aparecido antes de esta tragedia? Fue necesario semejante magnitud de catástrofe para que muchos descubrieran que ya Santa Fe estaba llena de pobres. Sólo que se mantenían distantes, en barrios desconocidos hasta hace un mes. Por supuesto, ahora se multiplicaron.
Esto quiere decir que, aunque baje el agua, el problema sigue. La cuestión es aquí que la actitud generosa se mantenga.
Normalmente, hasta fines de abril pasado, si el común de la gente escuchaba o veía la miseria en que otros vivían aquí o en distintos puntos del país, sólo se lamentaba o decía “¡qué barbaridad! ¡en el país de las vacas....que los niños mueran de hambre!”, y ahí quedaba todo. Sólo los seres más sensibles se ocupaban de ir a ayudar a distintos barrios de la ciudad o en instituciones de caridad. Pero más allá de esas excepciones, el conjunto de la sociedad no hacía nada para revertir la situación de aquél que sufría. Y aquí, en Santa Fe, estábamos algo mejor que otras provincias... entonces se miraba de lejos la miseria y no se salía a ayudar.
El alma del hombre anda por este mundo acompañada de su séquito, constituido por el cuerpo, los sentidos, la mente, el intelecto y el ego. Cuando el alma quiere ayudar, el ego le dice “mira que vas a necesitar para tu familia”, el intelecto le dice “deja, de eso se tiene que ocupar el Estado...”, la mente le dice “cambia de canal, ¡qué vas a estar viendo esas cosas... para amargarte!”. En definitiva, no hace nada. Esos secuaces, compañeros del alma en su viaje por la vida e impregnados de ignorancia, obran como velos que oscurecen la luz del alma y no la dejan actuar.
Por eso, cuando uno tiene el impulso interior de dar, tiene que dar con la mano derecha antes de que se entere la izquierda. Es decir, obrar inmediatamente; porque si espera, aparecerán toda clase de pretextos y justificaciones que no le permitirán poner de manifiesto la voluntad del alma.
Eso sucede a diario; sin embargo aquí se dio un fenómeno maravilloso en un gran porcentaje de los santafesinos y argentinos, mientras la furia del río rompía todo a su paso, el alma rompió las barreras del egoísmo, fue avasallante, hizo que algunos dieran hasta lo que estaban usando y necesitaban. Era urgente aliviar el dolor del otro, desconocido, no importaba, la cuestión era que no pasara hambre ni frío, que no sufriera.
Indudablemente eso elevó el estado de conciencia, fue un proceso de gran purificación en que muchos descubrieron que hay más felicidad en dar que en acumular, que hay mayor disfrute en aliviar el hambre y el frío de otros que el propio, que la familia es mucho más grande que el pequeño grupo que vive bajo un mismo techo.
Quienes daban y ayudaban, los voluntarios que volvían con el cuerpo cansado dormían en paz y con alegría en el corazón. Mientras que aquellos voluntarios que eran enviados de vuelta, porque en tal o cual lugar ya había mucha gente ayudando, regresaban apesadumbrados y decepcionados.
Uno puede tener objetos materiales que le den comodidad, siempre y cuando sea generoso. Dijo el santo Kabir:
“De qué sirve que la palmera sea alta, si no da sombra al transeúnte
y sus frutos están fuera del alcance”.
En la India enseñan que no es bueno gastar lo que uno gana sólo en sí mismo o en el grupo familiar, siempre hay que compartir con alguien más que pueda necesitarlo. Si gana poco, aún así un poquito debe dar.
Ahora el pueblo experimentó que el que se beneficia es el que da, no el que recibe. El que recibe lo está ayudando dándole la posibilidad de expresar esa virtud divina, la generosidad.
KARMA YOGA es la modalidad de Yoga que consiste en servir a otros sin esperar nada a cambio, ni siquiera las gracias. Eso hace que piense más en los demás que en sí mismo, con lo cual el ego se va purificando para que el alma se manifieste y así poder buscar la unión con la Divinidad.
Karma Yoga – que es lo que sin saberlo han puesto en práctica los argentinos – consiste en hacer algo por el hecho de hacerlo, por el disfrute de servir. Esa es la mayor recompensa. Sólo uno puede perturbar esa alegría esperando algo a cambio. Desde el momento en que espera algo a cambio, como reconocimiento, agradecimiento o que otros sepan que ayudó, pierde su tranquilidad. Dé las cosas y váyase, rehuya a todo agradecimiento, porque eso sería recibir una paga por su acción.
Karma Yoga enseña que el que recibe es Dios. Sirviendo a otros uno está sirviendo a Dios que mora en el interior de todos los seres, ya que está en todas partes, como dicen todas las religiones. Y también está en uno, así que sirviendo a los demás nos ayudamos a nosotros mismos.
Hubo algunas quejas con respecto a que los mismos evacuados no ayudaban en los centros. Eso tiene explicación. Por un lado, si quien estaba a cargo era una persona demasiado compasiva, creyó que no era bueno hacer trabajar a los que aún estaban conmocionados por el impacto de la experiencia; sin embargo el hecho de ponerlos en acción hubiera sido más provechoso para ellos. Por otro lado, observé que entre esas personas había algunos que ya venían débiles de antes, mal alimentados, no estaban en condiciones por ejemplo de descargar mercadería. Se movía distinto un joven estudiante de clase media que un joven muy humilde con su cuerpo debilitado. Pero también estaba el cómodo, el “vivo” que dejaba que lo atendieran y no quería hacer nada.
Muchos se molestaron con este tipo de personas e incluso dejaron de colaborar, diciendo “si ellos mismos no se ayudan.... yo tampoco”. Sin embargo, esa es una actitud errónea, porque hay que comprender que entre los seres humanos hay distintos estados de conciencia, unos más desarrollados que otros, dependiendo de que tengan más o menos vidas.
No hay que nivelarse hacia abajo, uno no puede hacer lo mismo que ellos. ¿Quién es el superior? Una madre tiene paciencia con su hijo que no entiende, porque es niño, pero no por eso deja de darle el ejemplo. Lo mismo sucede entre el docente y el alumno. El que está más desarrollado tiene que enseñar con el ejemplo. El día de mañana puede que el que hoy quiso que lo atendieran sea quien esté ayudando a otro. Tal vez en esta vida no lo cambie, pero se lleva la semilla para la próxima.
También es un estado de conciencia muy inferior el de aquél que abusa de la situación, en el que acumula mercadería de las donaciones con fines electoralistas y egoístas. Pero uno debe tratar de observar todo lo positivo para que la propia mente no se perturbe. Ya pagarán por sus actos, pero si uno no es juez, ni abogado, ni testigo de hechos de este tipo, no debe perturbarse. Son una minoría con un ego tan resistente que el alma no puede atravesar. Sin embargo, la chispa divina también está en ellos, sólo que oculta bajo un grueso manto de ignorancia.
Y aquí vale la pena aclarar que hay dos tipos de ignorancia. Una es la ignorancia primaria y la otra la ignorancia secundaria.
La ignorancia secundaria es la de aquél que no es instruido, que no fue debidamente educado.
La ignorancia primaria es la de aquél que no sabe quién es, de dónde viene adónde va. Ignora que todos somos uno, que hacer daño a otro es hacerse daño a sí mismo. Shrí Pávanaji decía, “es como pegarse en el dedo gordo del pie con un martillo”. Pueden ser profesionales, universitarios, doctores ... totalmente ignorantes. Por eso es que entre los corruptos se ven muchos que han egresado de prestigiosas universidades, pero se creen distintos del resto, ignoran que todos somos Uno.
Ese sentimiento de Unidad, de hermandad, se puso de manifiesto maravillosamente en la mayoría. Se mezclaron todas las clases sociales, los que antes servían ahora fueron servidos; manos de todos los colores se pasaban las cajas y los bultos con la ayuda que llegaba. Y ¡qué alegría! ¡qué libertad experimentaron todos! No hubo diferencias.
Eso elevó y elevó, muy especialmente a los jóvenes. Lo cual promete un hermoso futuro a nuestra sociedad, llena de esos seres tan nobles, purificados por el Karma Yoga desde su juventud.
En el otro extremo están los que no pueden apartarse de sus estructuras mentales de “diferencias sociales” y se sienten molestos por la presencia de gente humilde en su vecindario. Mediante la práctica intensa del sendero espiritual del Yoga uno experimenta la Unidad en todo momento; el desconocido es alguien muy cercano paro uno, conocido de toda la vida. ¿Por qué? Porque se siente unido al alma del otro, y esa no tiene clase social, posición, ni estudios cursados, no es pobre ni rica, es pura, es la chispa divina.
Esa Unidad que se puso de manifiesto debe continuar. La práctica de compartir lo que uno tiene debe establecerse como un hábito, no como algo ocasional. No hay que esperar otra catástrofe para ayudar al necesitado.
Los velos de la ignorancia van a querer caer otra vez, el ego va a querer oscurecer al alma como antes. Está en cada uno impedir que esto suceda. Siempre hay alguien a quien ayudar, no permitan que la mente los haga mirar hacia otro lado.
El hombre que es desapegado de las cosas y personas, que ama a todos consciente de que Dios mora en su interior, que tiene paciencia con el ignorante y el corrupto y que es generoso, encuentra que la sabiduría y la riqueza están sentadas a sus pies para servirlo.
Por último, recuerden siempre estas palabras de Gurudeva Shrí Pávanaji,

 

“La vida es un sueño”
OM OM OM
Shuchitá Maháyoguiní