¿Cómo poder explicar en palabras tanto cambio, tanta felicidad y, por sobre todo, en tan corto tiempo?, todo tiene una explicación.
Tiempo atrás, cuando mi camino recién comenzaba, y por causas que en ese momento desconocía, mi padre se quita la vida; motivo: estrés, depresión y gran desesperación que lo llevan a esta tan lamentable determinación. De allí en más, y como una cascada interminable de acontecimientos, algunos buenos, y otros en gran parte negativos, llevan a mi mente a un estado de confusión y deterioro tal, que al comienzo pasan inadvertidos, pero que con el devenir de la vida la hacen recorrer el camino de la tristeza, la euforia, la incomprensión, hasta llegar con el tiempo a un estado de gran depresión.
Cuando realmente se toma conciencia de cuan profundo se puede llegar, es demasiado tarde para salir sin ayuda. Tratamientos psiquiátricos, psicológicos, baterías de medicamentos; todo intenta una solución, pero siempre falta algo para poder comprender porqué, cómo y cuándo llega ese crac físico–mental que cuesta tanto alejar. Por recomendación e insistencia del profesional que me asiste, y a modo de completar una adecuada terapia, comienzo a realizar prácticas de Hatha Yoga en el Instituto Damarú.
La experiencia recogida en esta práctica es extraordinaria, una correcta respiración y posturas estáticas que son base fundamental; logran con el tiempo, la entrega y la dedicación, llegar a un estado de Plenitud total. La concentración que se puede alcanzar es incomparable, la sensación que se percibe al trasponer las puertas del Instituto es indescriptible, y todo esto es posible porque según dijo el Maestro Pavana Yoguiraya, ese lugar debía ser un oasis en la ciudad.
Pero hay más, concurrí a cursos y seminarios, todos fueron fortaleciendo mi mente y el alma, pero el Raya Yoga me develó conocimientos que nunca imaginé, tales como la creación, la vida, la muerte, la reencarnación, la purificación del cuerpo y mente, el conocimiento del alma, pero por sobre todas las cosas, siempre con una entrega total hacia la Divinidad.
Hoy, con 54 años pero con el alma reconfortada por haber alcanzado el camino de la paz y la felicidad, lamento no haber encontrado esta oportunidad muchísimo antes, para haber podido disfrutar de esta hermosa Filosofía de Vida siendo un Sadhaka, “un aspirante espiritual que hace persistentes esfuerzos para conocer la naturaleza de su propio Ser”.
Deseo poder transmitir esta incomparable experiencia, que solo con palabras no se puede describir, pero los que sienten esta Paz pueden saber realmente lo que significa. Me queda aclarar que para quienes estén deseosos de alcanzar estos frutos, se requiere solamente dedicación, y así de esa manera se puede lograr la Liberación.
De esta forma quiero reverenciar y expresar mi gratitud al Maestro Pávana Yoguiraya y a su esposa Shuchitá Maháyoguiní por haber permitido que mi mente pueda recorrer el camino que me llevará a la META SUPREMA. OM

Juan Carlos Bezombe.