Nota publicada por el diario El Litoral,
Revista “Nosotros”,
9 de octubre de 1999, Santa Fe,
periodista: Laura Osti.

El último viaje, el más sublime

Dedicó gran parte de su vida a difundir el conocimiento espiritual, a abrir puertas entre Oriente y Occidente, a aliviar el sufrimiento ajeno. El 25 de julio de este año abandonó este mundo, pero sus enseñanzas seguirán influyendo en todos aquellos que fueron sus discípulos.

Nació en el barrio Roma de nuestra ciudad, en el año 1930, y se le impuso el nombre de Mario Puertas, pero muchos años mas tarde, en 1977 recibió su nombre espiritual, Pávana, de su maestro indio Paramahansa Satyananda Sarasvati, marcando el comienzo de una nueva vida.
         Pávana significa en sánscrito puro, sagrado, y éste sería el nombre preferido por Puertas, aún cuando su nombre original, el del documento de identidad, no se queda atrás en connotaciones.
         Comenzó su sendero espiritual a la edad aproximada de 40 años, con la lectura de un libro del Swami Pañchadasi, y en 1974, en Buenos Aires, recibió iniciación por el monje Abhedananda en técnicas de Raya Yoga (modalidad de Yoga que enseña a conocer, educar, controlar y suprimir la mente a voluntad para entrar en contacto con el alma).
         En 1977 viajó a Colombia donde recibió las más elevadas técnicas de Yoga de su maestro Paramahansa Satyananda Sarasvati, quien le diera el nombre mencionado.
         De regreso en Santa Fe, algunas personas le pidieron que les enseñase lo que él practicaba. Fue así que comenzó con las sesiones de Hatha Yoga, que es la modalidad del Yoga que busca el equilibrio de las energías sutiles a través de prácticas corporales donde son muy importantes las posturas, la respiración y la relajación. El grupo que asistía a estas sesiones, en un principio, era muy reducido; pero con el tiempo, se fueron sumando más adeptos, y esto cambió radicalmente la vida de Puertas. Decidió abandonar otras actividades y dedicarse de lleno a la práctica y a la enseñanza del Yoga.

Sus viajes a la India
         Su avidez de conocimiento y su interés por indagar en las fuentes de la sabiduría oriental, lo llevaron a la India, en 1979; en este primer viaje recorrió los Ashramas (lugares donde un maestro enseña Yoga), acompañado por un conocedor de la tierra, su maestro de idioma sánscrito.
         En 1980, realizó un nuevo viaje, recorriendo esta vez varios países de Asia en algo más de cuatro meses. En su nueva estancia en la India, se perfeccionó en Kundalini Yoga (modalidad que enseña a elevar la energía espiritual yacente en el ser humano). También se relacionó con importantes maestros, entre ellos, Dhirendra Brahmachari, gurú de Indra Gandhi y su familia. En el sur de la India tomó cursos de Yoga en la Universidad Estatal de Venkateshwara.
         A medida que recorría los países de Oriente, su interés por descubrir nuevas técnicas crecía. Es así que, en Tokio, Japón, alentado por la idea de aliviar dolencias a otras personas, estudió terapia Shiatsu con su creador, el maestro Tokujiro Namikoshi. También estudió Tai-Chi-Chuan en Taipei, Taiwán, con el maestro Kan-Shiao-So.
         Al volver a su ciudad, Santa Fe, esta vez traería nuevos conocimientos espirituales para compartir con su gente y fue así que poco a poco comenzó con la enseñanza de Raya Yoga, una de las prácticas más sutiles de Yoga.
         Con su personalidad imponente y la grandeza de su alma ayudó a muchas personas a aliviar sus sufrimientos físicos, mentales y espirituales.

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Su mano derecha
En 1982 se unió a Susana Lusardi, su esposa y discípula, a quien inició en los más elevados conocimientos del Yoga y se convirtió en su compañera inseparable. Susana recibió de él su nombre espiritual, Shuchitá. Compartió con Pávana todo su conocimiento y entre los dos doblegaron sus esfuerzos para difundir la práctica del Yoga en Santa Fe y su zona de influencia.
         En 1987 viajan ambos a la India en busca de más enseñanzas. Estudiaron en el Kaivalyadhama Yogic Hospital de Lonavla, donde se especializaron en prácticas avanzadas de Hatha Yoga y limpiezas internas del cuerpo. Asistieron también a una antigua y renombrada institución del sur de la India, el Shri Vishweshwara Yoga Research Institute.
         En 1989, el maestro Pávana y Shuchitá fundaron le escuela de Profesorado de Yoga, para capacitar a adeptos de Hatha Yoga de varias ciudades de la provincia de Santa Fe y también de Entre Ríos, en la enseñanza de esta disciplina. Al mismo tiempo, comenzaron a difundir la enseñanza del idioma sánscrito. En esa lengua, considerada divina por los maestros espirituales, están escritas todas las obras espirituales de la India, entre ellas, los tratados de Yoga. Y la preocupación de Pávana por acudir siempre a las fuentes, no eludió este aspecto.
         Según explica Shuchitá, “el sánscrito es de una riqueza incomparable, es el idioma más antiguo, con una sola palabra puedes explicar todo un estado de conciencia. Se ha mantenido puro. Estudiar este idioma eleva el estado de conciencia y predispone para cualquier otro estudio. Estudiar sánscrito es como escribir y repetir mantras”. Y precisa: “Mantra es palabra de poder”.
         En 1993 volvieron a la India a entrevistarse con maestros, eruditos, doctores en sánscrito de distintos lugares sagrados. Con espíritu indagador, Pávana y Shuchitá siguieron perfeccionándose en todas las disciplinas en las que habían inquirido. En 1998, recopilando experiencias, Puertas escribió un libro sobre la terapia creada por él, Baropraxía, en el cual explica cómo aliviar dolencias de las más comunes y corrientes con sólo apretar puntos en las manos y muñecas.

El mundo, como un hotel
El 25 de Julio de este año, Mario Puertas, Pávana Yoguiraya, “el maestro” para muchos santafesinos y entrerrianos, abandonó este mundo al que consideraba “como un hotel: uno viene, está un tiempo y después se va”. Sus prácticas y enseñanzas siempre estuvieron orientadas a aceptar la muerte sin perder el amor por la vida. Según comenta Shuchitá, “él estaba preparado para le muerte desde hacía ya tiempo y lo encontró plenamente consciente en esa transición sublime. Nada podía sorprender a este gran yogui advertido. El maestro Pávana sabía que cuando uno nace comienza a morir y cuando muere comienza a vivir”.
Tenía el don de saber llegar a cada uno del modo adecuado, su gran influencia abría puertas al conocimiento. Con exigencia pero con paciencia, se dedicó a enseñar y a compartir lo que sabía.
         Ahora, su obra es continuada por Shuchitá, a quien acompañan los discípulos iniciados por Pávana,    siempre en el convencimiento de que “Yoga es unión del ser inferior con el Ser Superior”.

 

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Su conciencia

El Maestro Pávana estaba siempre despierto con la Conciencia Divina y nos decía, “la vida es un sueño”.
Su actuar era siempre piadoso, paciente; podía mostrar aparente enojo con personas que no procedían bien, pero en el fondo de su corazón veía a Dios en ellos, como ver el árbol en la semilla.
Esparció el conocimiento del Ser y esa fue su gracia, su ofrenda.
Despertó la sabiduría en otros gracias a su maestría sobre sí mismo.
Para el yogui que ha despertado su Conciencia Divina no hay interrupción en esa conciencia, ya sea que nazca o muera, o que el mundo aparezca o se disuelva.
Para él placer y dolor eran algo externo, porque estaba establecido en su Ser Real.
Despierto o dormido, el Maestro Pávana se regocijaba con la beatitud lograda en el estado de Samadhi.
Tenía conciencia de la Divinidad interna y externamente. Usaba su cuerpo sólo como cobertura, y estando liberado, era como Shiva.
En los últimos tiempos solía decir que este mundo ya no era para él. Cuando uno descubre la magia de esta creación, sólo quiere ir con el Mago Divino.

SHUCHITÁ